Mostrando entradas con la etiqueta micrófono. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta micrófono. Mostrar todas las entradas
jueves, 20 de noviembre de 2008
4. NO PUEDE SER
A Ramona se la llevaron recién entre varios. Tuvo un ataque de nervios que, por supuesto, fue filmado segundo a segundo, hasta en las partes en las que se le abría escandalosamente el batón. La escena estuvo rodeada de gente levantando teléfonos celulares para sacarle fotos. Seguro que después las suben a Internet, mientras Franco sigue allá arriba y nadie lo baja.
Se nota que los policías y los bomberos no se ponen de acuerdo en cómo deben proceder. Hacen gestos, discuten y cada tanto miran hacia arriba. Di la vuelta para rodear la multitud y llegué hasta uno de los policías que parece estar a cargo. No me permitieron hablarle. Me sacaron nuevamente, pero esta vez ligué algunos golpes más, supongo que inspirados en mis insultos y protestas. Me duele la boca; sangra. El Negro tarda en llegar como si viniera gateando y yo que no sé qué hacer.
No logro asimilar lo que le sucede a Franco, qué le pasó para tomar una decisión así. No lo entiendo y cada vez que quiero tratar de razonar con calma algo altera el orden de mis pensamientos.
Me apoyo en el caño del semáforo para calmarme y veo pasar a mi lado a un grupo de chicos jóvenes con una imagen de la Virgen. Van rezando el Rosario y se acomodan –sin interrumpir las plegarias – junto al kiosco de diarios. Llevan rosarios y una imagen de la Rosa Mística.
¿Esto está pasando en serio? Pienso en los familiares de Franco que viven en España y también me dan ganas de rezar, pero ahora me desconcentra el paso de una insólita caravana por la peatonal que va esquivando canteros, personas, bancos y tachos de basura. Pasa una camioneta de los bomberos, una ambulancia, un auto con el logo en la puerta de defensa civil, pibes en bicicleta, policías en moto y cerrando el desfile… un carro pochoclero.
No entiendo cómo en tan poco tiempo todo el lugar está tomado. Hay grupos de estudiantes, mezclados con los comerciantes de la cuadra. Los encargados de los edificios están en una esquina, todos juntos. Por detrás de ellos aparecen más policías. Los policías hablan entre sí y ríen. Los miro y me duele la boca de nuevo.
De pronto pasan corriendo a dos chicos muy jóvenes, perseguidos por un hombre mayor con una bolsa en la mano, que grita que le robaron la billetera. Los policías no hacen nada y vuelven a reír entre ellos. Un camarógrafo que viene hacia el hormiguero humano sigue la corrida de los ladrones y el veterano desvalijado. La chica que viene con él casi al trote, hablándole al micrófono, lo codea para señalarle la punta del edificio. Entonces la cámara apunta hacia Franco.
Algunos gritos desvían la atención general hacia la esquina de la heladería. Ahí se ven movimientos y forcejeos. Hay empujones y trompadas entre los enviados de los medios de prensa, que buscan una mejor posición a fuerza de golpes. Estos tipos se creen con más derechos que los demás y eso, sumado a la prepotencia con la actúan, armó la gresca, similar a la de los estadios de fútbol. Ahora sí los policías intervienen para separar con escudos y salir en la tele. Iría a meterme para ver si logro pegarle a uno, pero prefiero ir para otro lado. No me siento bien.
Camino hacia el café, abriéndome paso sin delicadeza. Paso por donde está la loca de la cuadra –así se la conoce y se la nombra - sentada en un cantero haciendo sus artesanías en alambre mientras se fuma un porro como si nada pasara.
Me cruzo con tres gitanas viejas y gordas. Me detienen para pedirme cigarrillos a cambio de leer mis manos. Las mando a cagar a los yuyos y sigo caminando a los empujones. Qué mal me caen los gitanos. Todo me cae mal y la sangre que me sale de la boca me está haciendo sentir mareos. Logro entrar al café, que por suerte está vacío. Desde la puerta saludo a Adalberto levantando una mano y la veo temblar. Trato de llamar al celular de Franco. Una mezcla de bronca y tristeza me van bordando las ideas. Dejo la vista fija en mis dedos que tiemblan… y Franco que no contesta el celular y yo que lo cagaría a trompadas ahora mismo, a él, a la policía, a los periodistas, y pondría una bomba en la peatonal para que exploten por el aire las viejas chusmas, las gitanas, el boludo que está vendiendo pochoclos…
-La puta madre que lo parió, no puede ser...- saluda el Negro, llegando al café, justo para ver mi desmayo entre las sillas.
miércoles, 5 de noviembre de 2008
16. YA SUBEN A BUSCARLO
Rocío bajó de la plataforma de la grúa, junto a su frustración, y vino directo hacia donde estábamos con Fernando y Karina. Acomodaba su pelo, nerviosa, mientras decía:
-Soy una pelotuda, perdoname. Estaba muy lejos, apagué el micrófono y le grité como una loca. Creo que no me escuchó. Le hice gestos para que… ay, perdoname, lo arruiné.
-Apagá eso ya – le dije a Karina, al ver que estaba grabando la conversación.
-Dame el grabador – ordenó Fernando, tirando un manotazo fallido. Karina guardó el aparato.
-¿Quién es ella? – preguntó Rocío.
-Hola, soy Karina. Qué bueno conocerte personalmente… admiro tu trabajo. Yo estoy en la FM…
-Hola – saludó, seca, Rocío. Y preguntó:
-¿Qué vamos a hacer ahora?
-Recién corté con el Negro, que sigue adentro del edificio. Me contó que… ¿podés apagar eso, nena?
-No, no si no me decís qué pasa, qué están haciendo.
Fernando le arrebató el grabador, esta vez con un movimiento impecable.
-Listo – dijo el policía, sonriendo.
-El Negro me decía que teníamos un poco más de tiempo porque a los policías se les complicó el tema de abrir el acceso a la terraza. Pero eso fue hace un rato, así que ya deben…
-Si, –interrumpió Fernando- recién me avisaron que ya casi están con esa puerta de mierda. Yo le hubiera tirado una granada.
-¿Averiguaste si te dejan pasar a vos, Rambo?- preguntó Rocío a su primo.
-No dejan pasar a nadie de acá. Vinieron los del grupo y solo pasan ellos.
-Porque yo pensaba que podíamos meterte para que fueras vos el camarógrafo de la policía que va a subir… ¿no podés tirarte el lance?
-Qué caro te puede a salir esto, prima… no, no puedo, en serio.
-¿De qué hablan? ¿va a subir la policía a buscar a Franco? ¿se va a suicidar o no? ¿le van a tirar una granada? – Karina ya estaba resultando una molestia.
-Una pregunta más y te llevo a la comisaría ahora, y las vas a pasar muy mal.
La chica lo miró y empezó a llorar. Lo que nos faltaba. Ya éramos observados por muchos, que siguieron con la mirada a Rocío cundo bajó de la grúa. Y ahora Karina que no ahorraba sonidos con su llanto. Rocío la abrazó.
-Calmate, no le hagas caso. Mi primo no sabe tratar a la gente.
Entre sollozos, Karina le contó a su colega que necesitaba hacer una nota porque si no la iba a echar de la radio, y ella era el único sostén económico de su familia. Secaba sus lágrimas cuando me señaló:
-Él no me quiere decir nada – parecía una nenita que acusaba a un compañero del jardín de infantes.
Iba a decir algo en mi defensa, pero sonó el teléfono. Era Adalberto que estaba siguiendo todo por televisión.
-Che, estoy viendo como quedó tu celular contra la vereda. No creo que le hagan autopsia ¿no?.
-Qué gracioso. Estamos complicados, viste lo que pasó. Creo que Franco no se salva de la paliza.
-Mirá, yo estuve pensando –Adalberto siempre tenía palabras oportunas- en que hasta hace unas horas todos estábamos desesperados, viste. Creíamos que Franquito se iba a matar. Eso es algo que no tiene arreglo, como tu teléfono –me hizo sonreír-, lo otro, bueno, si se come una paliza, si lo meten en cana, si lo internan… qué se yo, ya veremos cómo le damos una mano. Lo que de verdad importa es que no se haya tirado. Yo tengo algunos pirulos más que vos…
-Muchísimos.
-Dije algunos. Yo que apenas tengo unos años más que ustedes, sé que lo que sea que le pase a Franquito cuando baje se puede arreglar. Y le va a servir para no hacer más boludeces, vas a ver.
-Si, estoy segurísimo… -dije.
-Viste…
-… segurísimo que tenés muchos años más.- Escuché reír a Adalberto. Antes de cortar me dijo que acababa de decirle al Negro lo mismo que a mí. Y tenía razón. Lo peor para nosotros había sido creer que Franco se iba a matar y no poder hacer nada para evitarlo.
Sin embargo, me costaba resignarme a esperar, a ver cómo lo iban a bajar, cómo lo molerían a palos…
-¿Qué hacemos? – preguntó Rocío – porque ya me tengo que ir.
-Yo también… – dijo el policía -… vamos a hacer un cordón de contención desde la entrada del edificio hasta la patrulla. Dice un compañero mío que Franco va directo a la comisaría y de ahí al juzgado.
-Tenemos que tratar de hacer algo más. Habíamos quedado en intentarlo con Ramona, para eso trajiste todas las cosas esas… -le dije a Fernando.
-Si, pero me tengo que ir ya. Igual, acordate que falló lo del celular, así que Franco no sabe qué carajo pasa. Ya fue. Yo voy a hacer lo posible para que no le peguen mucho en la seccional.
-Dale, aunque sea acercate hasta la puerta, con tu uniforme capaz que ayudás – pidió Rocío.
-Bueno, dale, vamos -aceptó Fernando.
-Yo voy con ustedes si o si – dijo Karina.
-No.
-Llevala con vos ¿qué te cuesta? – me pidió Rocío. Subimos a la vereda y encaramos hacia el edificio en dónde vivía Ramona: ahí estaba ella, con batón y ruleros en la puerta, hablando con vecinos y curiosos.
-Señora me llamo Fernando Borges…
-Hola querido… ¿sos algo del Escritor?
-¿De quién?
-Hola, cómo le va… – interrumpí- no sé si me recuerde, nos vimos hoy temprano. Vine acá con el oficial Borges porque tengo entendido que usted vive en el último piso de este edificio.
-No te ubico, nene, pero si, yo vivo acá desde hace 41 años. Soy la presidenta del consorcio.
-Ah, mire qué justo. Nosotros venimos a hacerle un pedido, sabe, estamos… - y a partir de ahí, durante los siguientes 10 minutos hablé sin parar, inventando una explicación que la convenciera. Necesitábamos entrar si o si. La mujer me miraba con desconfianza, más que nada porque Fernando se retiró a mitad de mi discurso, y sólo quedamos Karina, los bártulos y yo. No me creyó una palabra.
-Acá no pasás… ¿tenés credencial o algo?
-No las tengo encima, por eso vine con el oficial de policía, para que usted vea que…
-¿Vos estás seguro de lo que decís? Mirá el despelote que se armó con esto… no, igual necesito algo escrito o una credencial o acá no pasa nadie.
-Capaz que las tiene Rocío. Ya vengo… – interrumpió Karina, y salió corriendo. Celebré la ocurrencia repentina de la movilera de la radio, que al instante volvió con Rocío del brazo. Ramona la reconoció de inmediato.
-Ay, nena, vos sos la de la tele…
-Hola, cómo está – le dio un beso- ¿le explicaron de qué se trata?
-Si querida, la verdad que no salgo del asombro… pero si están con vos está bien.
Lo que no pudo el uniforme policial ni mi parloteo lo logró la prensa. Conseguimos entrar en dos segundos. Mientras Rocío se despedía de Ramona yo aproveché para agradecer la ocurrencia a Karina y, a grandes rasgos, contarle la verdad de lo ocurrido durante el día.
Sentí que todavía podíamos hacer algo por Franco. Adalberto estaba en lo cierto, si, pero no estaba mal intentar hasta el final.
En el ascensor en el que nos dirigíamos a la terraza sonó el celular.
-Cagamos, – me dijo el Negro – abrieron la puerta y están armando la escalera. Ya suben a buscarlo…
LEER EL CAPITULO FINAL
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
© 2008, Martín Aon - Todos los derechos reservados.