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miércoles, 12 de noviembre de 2008

12. MALAS NOTICIAS


¿Y ahora qué hacemos?

-¿Qué decís? ¿estás loca? En cana tienen que ir todos los forros que están haciendo plata con esto, y al loquero hay que mandar a los que vinieron a participar del circo ahí afuera.

-No te enojes conmigo… ¿cómo te llamás?

-Decile Negro nomás
–dijo Adalberto.

-Bueno, Negro, yo solo estoy tratando de decirles qué es lo que pasa. Si puedo ayudar en algo me gustaría colaborar. Conozco a mucha gente. Tengo un amigo abogado…

-Claro, el cagador que faltaba…

-Pará un poco, Negro. La chica nos quiere dar una mano.

Teníamos que pensar en algo rápido para bajar a Franco sin que fuera preso ni a una clínica psiquiátrica. El baño no era el lugar más propicio para debatirlo, así que decidimos salir. Afuera esperaba el camarógrafo, compañero de Rocío, que pedía hablar con ella urgente. Se alejaron un poco de nosotros para que no escucháramos.

Cuando con Adalberto y el Negro llegamos hasta la barra encontramos a un tipo de traje azul, con una carpeta en la mano, esperándonos.

-¿Ustedes son los amigos de Franco? –arrancó como saludo.

-¿Por qué, sos abogado? - El Negro seguía áspero.

-No, yo trabajo para el departamento de trasplante de órganos y materiales anatómicos humanos. – Estiró la mano para saludarme. Le correspondí el gesto mientras leía la credencial que me mostraba.

-Una chica de nombre Carla me dijo recién que hablara con ustedes sobre esto.

-No la conozco
– dije.

-Dado que Franco no tiene familiares en el país y se encuentra en una situación límite, en la que no puede decidir por sí mismo, vengo a solicitarles que alguno de ustedes, o los dos, firmen el consentimiento para que en el caso de que… bueno… que esto termine mal, podamos proceder conforme a la ley nacional Nº 24.193 y concretar…

-Un minuto, por favor
– pedí y arranqué al Negro hasta la cocina, al ver que se le iba transformando la cara.

-¿Puede ser tan forro este tipo?

-Si y peor también. Asomate a la vereda y vas a ver. Pero tenemos que ver qué hacemos, así que no es momento para pegarle a nadie, Negro. Dejate de joder y pensá que todos creen, como nosotros hasta hace un rato, que Franco se va a tirar. Tranquilizate. No hables si te vas a mandar cualquiera. Calmate, que yo me encargo.


Volvimos a la barra y ahí seguía el tipo, ahora acompañado por un policía y una chica.

-No podemos firmar nada… - empecé a decir y el Negro me interrumpió. Otra vez se venía la furia morocha, pensé.

-Porque Franco es Testigo de Jehová, y su creencia le impide donar sus órganos.

Quedé mudo con la salida del Negro. Qué rápido estuvo, qué ocurrente. El tipo hizo un esfuerzo por sonreír, saludó y se fue. Iba a felicitar a mi amigo pero justo se adelantó el policía para hablarnos.

-Estoy buscando a mi prima Rocío. Es periodista… - no saludó siquiera.

-Está con el de la cámara en el ante baño, ahí atrás –señalé.

-¿Quién sigue?- preguntó el negro haciéndose el almacenero.

-Hola. Te robo un minutito – dijo la chica que esperaba. El Negro le apoyó los ojos en el escote.

-Dos…

-Me dijeron que acá iba a encontrar a algún familiar o amigo del chico del edificio, Franco.

-Soy yo, si… ¿qué precisás?

Aproveché que mi amigo estaba hipnotizado y le mandé un mensaje de texto a Franco, diciéndole que en un rato lo iba a llamar y que se alejara un poco del borde. Yo lo veía en el televisor. Estaba escribiendo algo en un cuaderno. Vi el momento exacto en el que le llegó mi mensaje y lo contestó. La respuesta llegó inmediatamente; decía: “Tengo ganas de fumar” y acompañaba el mensaje una foto.

Adalberto me señaló con la mirada al Negro. Sonreía mientras hablaba con la chica, que al apoyarse en la barra aumentaba el volumen de sus pechos adrede.

-Dejame tu número de celular y te llamo entonces…

-Mirá, la chica nos deja unos folletos. Trabaja en una funeraria y tuvo la amabilidad de venir hasta acá. Hacen fletes al cementerio.
–dijo el Negro queriendo ser gracioso. Me acerqué.

-Ah, qué bien… bueno, gracias ¿ustedes embalsaman? Porque nos gustaría conservarlo entero...- se ve que mi pregunta no le gustó. Saludó al Negro, me escupió un “Sos un desubicado” y salió apurada. Me reí junto con Adalberto.

La periodista, el camarógrafo y el policía vinieron desde el fondo hasta la barra a cortarnos el buen humor.

-Él es mi primo Fernando -dijo Rocío, señalando al de uniforme – le conté todo y se ofreció para ayudar, pero tiene malas noticias…
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